Salvajes (Argentina-Chile/2024). Dirección: Rodrigo Guerrero. Elenco: Beatriz Spelzini, Luis Gnecco, Alan “Taty” Fernández, Jonatan Toledo, Juan Carlos Romero, Tania Casciani, Edgardo Moreira. Guión: Rodrigo Guerrero. Fotografía: Ezequiel Salinas. Edición: Mariana Quiroga Bertone. Sonido: Hernán Conen. Distribuidora: Vi-DOC. Duración: 90 minutos. Salas: Gaumont, Atlas Flores, Cinemark Mendoza, La Nave (UNCUYO) y Espacios INCAA.
Por Hernán Cortés
En Chicos ricos (2000) unos publicistas reducían y torturaban a dos ladrones que irrumpían en una juerga. En El secreto de sus ojos (2008) un viudo vengativo mantenía prisionero en una celda casera al asesino de su mujer. En 4x4 (2019) un muchacho que intentaba robar una camioneta quedaba encerrado en ella al borde de la inanición. Tres películas que reflejan una problemática cada vez está más enquistada en nuestra país: la justicia por mano propia ante la ineficiencia de políticas que combatan el delito.
En
una sociedad que se volvió una olla a presión, con un gobierno que
intenta limar al Estado todo lo posible e incentiva la salvación
individual (recordar la propuesta que hizo la ministra de Seguridad
sobre la libre portación de armas), hay un caldo de cultivo para un film como Salvajes, que de algún modo dialoga con los ejemplos mencionados. Su director, el cordobés Rodrigo Guerrero, dice haberse inspirado en un hecho de inseguridad sufrido por su familia, pero solo como disparador. El resto responde a la imaginación, aunque quizás no esté lejos de las fantasías de más de un espectador.
Sonia (Beatriz Spelzini) y Arturo (Luis Gnecco) son un matrimonio de larga data, de esos que más que quererse parece soportarse. Una noche, tres jóvenes delincuentes ingresan a su lujosa casa, en las afueras de la ciudad de Mendoza, dispuestos a llevarse todo lo que puedan. Tras unos golpes amedrentadores los ladrones reducen a la pareja, pero en el momento que están huyendo con el botín, Arturo logra zafarse y hiere de un disparo a uno de ellos, justamente el que había sido más conciliador. A partir de allí los roles se invierten: el captor se convertirá en rehén y viceversa.
No adelantaremos las circunstancias por las que pasará el muchacho, pero la pregunta que flota en el relato es: ¿por qué? ¿Cuáles son los motivos que llevan al matrimonio a tanta crueldad? Guerrero no da demasiadas explicaciones -aunque hay un prólogo y un par de detalles sutiles donde se infiere alguna pista- y deja que su película descanse en esta dupla que se mueve en piloto automático, casi por ósmosis. Gnecco está muy sólido como ese esquivo macho protector que compone, mientras que la expresividad que transmite el rostro de Spelzini hace lamentar que sea tan poco convocada en la pantalla grande. Cierta repetición de acciones y encuadres hacen pensar en el cine de Michael Haneke.
Ambigua ya desde su título, Salvajes es una película incómoda, que merece discutirse y analizarse, sobre todo en el contexto actual (y pese a que puede ser considerado, según la dudosa óptica de este gobierno, como uno de esos films que "no ve nadie"). La polémica, una vez más, está servida.
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