martes, 24 de septiembre de 2019

El reino (España/2019). Dirección: Rodrigo Sorogoyen. Elenco: Antonio de la Torre, Josep Maria Pou, Nacho Fresneda, Ana Wagener, Mónica López, Bárbara Lennie, Luis Zahera. Guión: Isabel Peña, Rodrigo Sorogoyen. Fotografía: Alex de Pablo. Edición: . Sonido: Olivier Arson. Distribuidora: Impacto. Duración: 125 minutos. Salas: . 

Por Hernán Cortés

En lo que resulta ser una bienvenida sorpresa para nuestra cartelera (un film español que no siendo una coproducción con Argentina o una obra de Almodóvar, se sume a los estrenos), Rodrigo Sorogoyen pone el dedo en la llaga de la política de su país, ficcionalizando un caso de corrupción sucedido en 2007, justamente en las vísperas de la crisis que puso en jaque a la economía ibérica.



El reino -un título para nada alegórico- narra la caída en desgracia de Manuel López-Vidal (un extraordinario Antonio de la Torre), un vicesecretario de un municipio costero que, en el mismo momento que su nombre empieza a sonar para jugar en las grandes ligas (es decir, la política nacional), queda involucrado en un caso de desvío de fondos que lo salpica a él y potencialmente a otros integrantes de su partido. El caso toma gran repercusión mediática, por lo que sus compañeros de espacio tratan de depegarse de él a como dé lugar (lo toman como poco menos que un apestado). Pero Manuel no está dispuesto a entregar su cabeza tan fácilmente; es más, intentará llevarse puestos a varios de los que le soltaron la mano.

Ganadora de siete premios Goya el año pasado -incluyendo mejor director, guion y actor-, la película pendula entre las luchas intestinas dentro del partido (que nunca es nombrado, aunque puede tratarse de cualquier resorte de poder), un escenario plagado de falsas lealtades y pases de factura, y la intimidad del protagonista con su mujer e hija. Este último aspecto luce un tanto desdibujado, como si Sorogoyen se viese forzado a intercalar una pizca de drama familiar dentro este trepidante thriller político. Pero una vez que encajan las piezas (hay al principio, aderezado con música electrónica, un abultado desfile de personajes e información), el film baila al compas del adrenalínico derrotero de Manuel, alguien que nunca deja de considerarse a sí mismo como un simple engranaje de una maquinaria viciada sin remedio.

Luego de la hanekeana Estocolmo (2013) y del policial Que Dios nos perdone (2016), Sorogoyen se consolida como un hábil creador de climas de tensión (hay una notable secuencia donde Manuel irrumpe en una reunión de la hija de un correligionario para obtener información comprometedora) y un virtuoso narrador visual (para demostrarlo está la vertiginosa peresecución automovilística en una ruta); además de un mordaz crítico del "sistema": la interpeladora escena final resulta toda una declaración de principios.



         

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