miércoles, 1 de junio de 2016

Lulú (Argentina/2014)Dirección: Luis Ortega. Elenco: Ailín Salas, Nahuel Pérez Biscayar, Daniel Melingo. Guión: Luis Ortega. Fotografía: Daniel Hermo. Edición: Rosario Suárez. Mùsica: Daniel Melingo. Distribuidora: Primer Plano. Duración: 84 minutos. Salas:.

Por Hernán Cortés

Luego de seis películas alejadas tanto del canon industrial como de los moldes independientes, el año pasado el star system le abrió las puertas a Luis Ortega para dirigir la exitosa serie Historia de un clan. Acaso este reconocimiento tardío (pese a que aun es muy joven) sea la causa de que Lulú, su último opus, cobre mayor visibilidad en una filmografía que, salvo para unos pocos seguidores, casi no tuvo difusión en la cartelera comercial.


Lulú responde a los nombres de su dupla protagónica: Ludmila (Ailín Salas) y Lucas (Nahuel Pérez Biscayar). Se trata de una pareja que okupa una diminuta tapera frente al Palais de Glace, en plena Avenida del Libertador (¿marginalidad chic?) y que, más allá de algunos indicios, nunca terminaremos de conocerlos del todo. De Lucas se sabe que trabaja recolectando huesos de carnicerías junto a un amigo apodado...Hueso (el músico Daniel Melingo) y que cada tanto comete algún delito menor (prácticamente no se separa de una pistola con la que le dispara a una estatua cercana). Ludmila, por su parte, tiene una bala alojada en su cuerpo (¿culpa de Lucas?), se moviliza en silla de ruedas (pese a que no es necesario) y arrastra algún trauma de su hogar familiar (su padre padece una enfermedad que lo tiene postrado). Ambos imaginarán la llegada de un bebé -propio o ajeno- como una razón para pensar en el futuro.

Si bien persisten características habituales en Ortega, como los personajes erráticos (hay muchas escenas en exteriores, por distintas zonas de Buenos Aires) y un cuidado especial por la fotografía (la lente capta más de un elegante plano largo), hay una narración un tanto más formal, lo que no la hace sin embargo atractiva. Quizás el afán por la experimentación deje en segundo plano el interés por un relato fluído. Pese a contar con dos actores con fuerte presencia escénica (sobre todo Salas), estos quedan presos de vagas reflexiones existencialistas que, para colmo, suenan con poco convencimiento.

El uso de la música (a cargo del experimentado Melingo), en cambio, sí resulta un punto a favor, ya que son esos momentos lúdicos -sonorizados tanto con rock nacional de los 70´ como con música electrónica- donde Lucas y Ludmila bailan a modo de catársis. En esos pasajes se respira tanta libertad como en el propio cine de Ortega.


     

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