martes, 3 de julio de 2018

El azote (Argentina/2017). Dirección: José Celestino Campusano. Elenco: Kiran Sharbis, Facundo Sáenz Sañudo, Gastón Cardozo, Ana María Conejeros, Nadia Fleitas. Guión: José Celestino Campusano. Fotografía: Eric Elizondo. Edición: Horacio Florentín. Música: Claudio Miño. Distribuidora: Compañía de Cine. Duración: 89 minutos. Salas:

Por Hernán Cortés


Ganadora de la Competencia Argentina en el último Festival de Mar del Plata -plataforma en la que, junto al Bafici, el director quilmeño parece sentirse cómodo a la hora de lanzar sus películas-, El azote es un nuevo mojón en la prolífica, visceral y despareja filmografía de José Celestino Campusano.


La acción en esta oportunidad se sitúa en Bariloche, aunque, como es de esperar, lo que se muestra está totalmente alejado de cualquier postal turística. En El Alto, la barriada menos favorecida de la ciudad, vive y trabaja Carlos (Kiran Sharbis), un asistente social de un centro de menores donde acuden chicos con diversas problemáticas (abusos, robos, adicciones). Como si esa realidad con la que debe lidiar a diario (los adolescentes cada vez más incontrolables, a lo que se suma un compañero que lo quiere desplazar) no fuese suficiente, Carlos también tiene problemas en su casa, con una madre inválida que reclama atención y una pareja harta de sus ausencias.

Más compacta en su desarrollo y con mayores atractivos visuales (no es una novedad que a aquel "cine bruto" inicial se le hayan agregado progresivamente cuidados encuadres y una virtuosa fotografía) que otras propuestas anteriores, El azote tiene el mérito de no canonizar a su personaje. Si bien Carlos es un tipo bienintencionado, comprometido con su profesión, con cintura para mediar entre el deterioro juvenil y un sistema estatal que ofrece más impedimentos que soluciones, lo cierto es que con los suyos no es un dechado de virtudes. En esa dualidad, entre la abnegación laboral y el desentendimiento puertas adento, se mueve un protagonista al que ni siquiera se el sexo casual se le da bien.

Como siempre sucede en el universo de Campusano, el debe queda en el casillero de las interpretaciones. Pese a que hay algún avance por el lado de Sharbis -cuya performance tampoco es una maravilla-, persisten los diálogos declamatorios, lo que le resta fluidez a lo que el film quiere denunciar (el desamparo de un sector de la juventud, la desidia del Estado, la violencia policial, la eventual complicidad de los centros de menores con el narcotráfico y la prostitución). Con sus hallazgos y carencias, Campusano continúa a paso firme sin hacer concesiones, lo cual, en un cada vez más estandarizado panorama local, no es poca cosa.



          

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