domingo, 15 de abril de 2018

El silencio a gritos, de José Celestino Campusano (Competencia Argentina), describe un caso de abuso sexual entre hermanos en Bolivia. Por su parte, Lima en la piel, de María José Moreno (Competencia Latinoamericana), retrata la vida de cuatro personajes anónimos de la capital peruana.

Por Hernán Cortés

"¿Y qué esperabas ver? Es Campusano", pregunta y responde una crítica a la salida de la función de prensa de El silencio a gritos. Ni hace falta aclarar que el cine del director de Quilmes está lejos de ser amable, pero es posible que su nueva película -integrante de la Competencia Argentina y centrada en un caso de abuso sexual entre hermanos- sea la más perturbadora de su prolífica filmografía. Completó la mañana la peruana Lima en la piel, de María José Moreno y perteneciente a la Competencia Latinomericana, que con muy poco resultó más luminosa que su predecesora.


Número puesto en el Bafici, Campusano, si bien conserva un estilo troncal que al menos en nuestro país no reconoce similares, ha dado algunos significativos golpes de timón. Tras filmar en la periferia del Conurbano, husmear en las clases altas de Puerto Madero y expandirse hacia la Patagonia y Chile, ahora indaga en un tema que por estos días domina la agenda pública como es la violencia sexual contra la mujer. 

La acción se sitúa en la humilde localidad de El Alto, en Bolivia, donde vive un matrimonio con sus cuatro hijos adolescentes. Los dos varones abusan secretamente de sus hermanas, hasta que un día el padre descubre a uno de ellos en plena violación y los echa de la casa. A partir de allí la película se concentra en el trauma de las dos chicas que, habitantes de una sociedad (y un continente) donde el machismo aun se mantiene enquistado, se debaten entre el silencio y la denuncia (de ahí el título de la película). Finalmente optan por acudir a un organismo público que les ofrece asistencia psicológica pero no encuentran demasiada contención.

Ya hace algunas películas que Campusano viene mostrando avances formales (aquí hay unas elegantes tomas de El Alto -cenitales y cercanas- que le dan al film un registro casi documental) pero su talón de Aquiles siempre parece estar en las actuaciones: pese a lo abyecto del tema tratado, las acciones y los diálogos no fluyen con la credibilidad deseada (bastan la actitud del padre o la sesión de terapia como ejemplo). Tampoco ayuda ese acetismo interpretativo cuando el film vira hacia otros zonas candentes como el aborto y la pedofilia. La última escena es directamente innecesaria, pero pedirle concesiones a Campusano sería desconocer su visión del cine (y acaso del mundo). Tómelo o déjelo.


Por su parte, Lima en la piel amenaza en sus primeros minutos con volcarse al tan tentador recurso de la porno miseria. Tras unos paneos de la periferia de la capital peruana, con sus interminables cerros, la película de Moreno se propone presentar a cuatro protagonistas anónimos: una veterana protituta, una pescadora y vendedora ambulante y una octogenaria pareja de actores.

Pese a que son los artistas quienes atraviesan un pasar más sosegado (viven en un caserón en el bohemio barrio de Barranco), estos personajes tan distintos en apariencia parecen tener en común varias batallas sobre sus espaldas. Ninguno es particularmente carismático (quizás sobresalga como rareza la trabajadora sexual) pero son esas historias mínimas -y tantas otras- las que conforman ese mosaico caótico y casi siempre gris que es Lima.

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