miércoles, 8 de febrero de 2017

Neruda (Chile-Francia-España-Argentina/2016). Dirección: Pablo Larraín. Elenco: Luis Gnecco, Gael García Bernal, Mercedes Morán, Alfredo Castro, Pablo Derqui, Diego Muñoz, Michael Silva. Guión: Guillermo Calderón. Fotografía: Sergio Armstrong. Edición: Hervé Schneid. Música: Federico Jusid. Distribuidora: Disney. Duración: 107 minutos. Salas: .

Por Hernán Cortés

Pese a su genérico y abarcativo título, no es Neruda una clásica biopic que repasa cronológicamente vida y obra del poeta chileno. Tras dos películas donde hacía mella en distintas etapas sociopolíticas de Chile, No y El club, Pablo Larraín retoma temáticas, fundamentos y elenco de la primera para recrear el periodo en que Pablo Neruda ejercía la senaduría por el Partido Comunista y, despojado de sus fueros, sufre una persecución por parte del gobierno que lo obliga a exiliarse.


Encarnado por Luis Gnecco, el Neruda de Neruda, a pesar de su impronta mesiánica y que sus poemas se leen como credos entre los oprimidos, es retratado también como alguien mujeriego, algo borracho y poco amigo del jabón. A su lado está Delia (la siempre sólida Mercedes Morán), su esposa argentina y abnegada compañera de sus mañas y fugas. Cuando el gobierno arrasa con el sindicalismo chileno y el comunismo pasa a la clandestinidad, a fines de la década del 40, Neruda se ve obligado a escapar -más movido por las circunstancias que por su propia voluntad- y es allí donde entra en escena Óscar Peluchonneau (Gael García Bernal), un policia con algunos traumas pasados (es hijo de madre soltera) y fascinado con la obra del poeta, circunstancia que irá postergando la captura, a veces de manera insólita. Porque, ¿le conviene realmente al presidente Gabriel González Videla (Alfredo Castro) meter preso a Neruda y someterse a un conflicto con las organizaciones internacionales de Derechos Humanos? ¿Y no deseará el escritor en el fondo ser capturado y convertirse en un martir? Esta dualidad entre opuestos complementarios sobrevolará todo el film hasta su épico descenlace.

La película tiene más de un acierto, entre los que se encuentran la tensión que se mantiene en gran parte del relato (aunque irá diluyéndose paulatinamente) y las aplomadas interpretaciones, sobre todo la de Gnecco, que en su caracterización del Neruda más profético recuerda a su papel de sacerdote en El bosque de Karadima. También la agudeza de Larraín para "humanizar" a Neruda y para pasarle factura a la izquierda intelectual de aquella época, cuyo nivel de vida no difería demasiado de la burguesía a la que combatían.

Quedan en el debe, además de la monocorde voz en off que acompaña la historia (un literario monólogo de Peluchonneau), algunos sorpresivos desajustes de edición, que teniendo en cuenta el profesionalismo del director chileno es inevitable suponer licencias poéticas: si a Neruda le impiden cruzar la frontera con Argentina, ¿cómo aparece tan campante más tarde caminando por Plaza San Martín y acto seguido en un burdel santiaguino? ¿O como se explica que, una vez prófugo el protagonista, Delia y Peluchonneau están conversando en el balcón de la casa y el contraplano los muestra sentados en el interior del hogar? Son las controversias de una película sobre una figura controvertida ya de por sí, pero sobre la que, al igual que su legado escrito, vale la pena asomarse y discutir.


           

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