lunes, 13 de junio de 2016

Nuestras mujeres (Francia/2014). Dirección: Richard Berry. Elenco: Daniel Auteuil, Richard Berry, Thierry Lhermithe, Pauline Lefevre, Mireille Perrier. Guión: Eric Assous. Fotografía: Thomas Hardeney. Edición: Mickael Dumontier. Mùsica: Christophe Julien. Distribuidora: Distribution Company. Duración: 95 minutos. Salas: 19.

Por Hernán Cortés

De las tablas a la pantalla grande, sin escalas. Tal fue el recorrido de Nuestras mujeres, obra teatral que fue un suceso en Francia (convocó a más de 160 mil espectadores durante 2013 y 2014) y que replicó su éxito en cine con el mismo elenco. Se trata de otro exponente del habitual formato (¿ya un subgénero?) que se podría denominar "cena de amigos", donde una simple reunión puede convertirse en un compendio de diatribas y miserias cruzadas. Precedido por algunos ejemplos en esta dinámica que salieron airosos y otros no tanto, el film de Richard Berry se sostiene gracias a un trío protagónico (incluído él mismo) en estado de gracia.


Berry interpreta a Max, un radiólogo obsesivo del orden, sin hijos y con una relación de idas y vueltas con una joven, que espera en su inmaculado departamento parisino a sus dos mejores amigos: Paul (Daniel Auteuil), un médico que apenas de habla con su esposa (es depresiva) y no repara demasiado en sus hijos, y Simón (Thierry Lhermithe), un coiffeur casado con atractiva mujer y con la que tampoco andan bien las cosas.

Los tres -que compartieron viajes y aventuras durante 35 años- son cultores de los rituales de hombres solos, como jugar al pocker mientras degustan un suculenta picada. Paul es puntual, pero Simón se demora y, cuando llega, trae pésimas noticias: al sospechar que le es infiel, ha matado a su mujer con sus propias manos. ¿Qué harán Max y Paul? ¿Encubrir o entregar a su amigo, de ahora en más un flamante asesino?

Por circunstancias que no conviene adelantar, Simon saldrá de escena y dejará sus amigos con sus cavilaciones, que mostrarán a un sanguíneo Paul y a un pragmático Max. El origen teatral de la película queda en evidencia por su esgrima verbal y su prácticamente único decorado (aunque hay uso de algunos flashbacks y locaciones exteriores). Se comprende cierto hartazgo por estas propuestas donde un grupo de gente se reúne bajo un mismo techo a hablar y hablar, a lo que se suma una (ya no tan) sorpresiva vuelta de tuerca en el final. Que la fórmula funcione depende casi exclusivamente de la solidez interpretativa, cosa que aquí afortunadamente sucede. Los tres están a la altura, pero es el genial Auteuil quien arranca sonrisas y, por qué no, más de una carcajada.



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