lunes, 2 de mayo de 2016

De paso por Buenos Aires, donde llegó para presentar su nuevo libro, el escritor habla también de cine, su otro oficio y acaso su verdadera pasión.

Por Hernán Cortés

La desgastada voz de Alberto Fuguet lo dice todo. O todo lo que puede, en realidad. Desde que llegó a Buenos Aires, el escritor y director chileno no paró de promocionar Sudor (Random House Mondadori), su última novela, y el raid de entrevistas le afectó considerablemente la garganta.

Si bien el motivo de su visita es literario (fue invitado además a participar en la Feria del Libro), Fuguet acepta charlar con InfoCine sobre su relación con la pantalla grande. "Un break", como dice él mismo, luego de horas de responder casi exclusivamente sobre su nuevo opus.

Fuguet se mueve como un anfibio entre cine y literatura, combinando búsquedas y estéticas similares. De hecho, Sudor puede verse como el traslado al papel de Invierno, su película-manifiesto de ¡cinco! horas de duración, estrenada en el Bafici de 2015. Ambos proyectos tienen como escenario una Santiago cosmopolita y se centran en un grupo de jóvenes/adultos que pertenecen a un ambiente intelectual -y hipster, por caso- de escritores, diseñadores, editores y agentes de prensa, mundillo que Fuguet seguramente conoce bien.

Té de jengibre en mano, el también realizador de Se arrienda (2005), Velódromo (2009), Música campesina (2011) y Locaciones (2013) habla sobre sus inicios en el cine, sus universos favoritos, sus pasos a seguir y la necesidad de que las películas no envejezcan.

- ¿Qué llegó primero a tu vida, el cine o la literatura?

- A veces pienso que el cine es mi verdadera pasión. En realidad, es la idea de narrar. Pero lo tuve que desarrollar después de la literatura por problemas económicos y sociales. Yo no podía estudiar cine en Chile porque Pinochet había cerrado las escuelas. Pero como viví hasta los trece años en Estados Unidos, ahí sí vi bastante cine para ser un chico de ocho o nueve años. En mi barrio vivían muchos técnicos de Hollywood: un amigo de mi papá, por ejemplo, trabajaba en El planeta de los simios. El cine de algún modo estaba ligado a mí, pero al llegar a Chile, y al no saber castellano, entró fuerte en mi vida porque de alguna manera era mi lazo para volver a Estados Unidos. Era el único lugar de Chile donde había inglés: no había Internet, no había CNN, no había cable. Era escuchar música en la radio o ir al cine. Y ahí lo abracé de manera compulsiva.

- ¿Veías sólo cine norteamericano?

- ¿Y qué cine querías que viera? ¿Peruano? ¿Argentino? No llegaba, y si llegaba no me interesaba, porque el cine latinoamericano en esa época no trataba de contar historias.

- ¿Y cine europeo?

- Miraba poco y no entendía mucho. Me parecía raro. Recuerda que esa época tenía catorce o quince años. Cuando veía a Fassbinder, no me divertía, pero decía que me gustaba por puro esnobismo. Prefiero mil veces Los Goonies antes que Fassbinder.

- Alguna vez dijiste que empezaste como crítico para entrar gratis a las películas.

- Sí, y también para agarrar afiches. Cuando salí del colegio apareció un diario en inglés que se llamaba Santiago Chronic, que era un periódico que salía para la comunidad de expatriados, y me ofrecí para ser crítico de cine, gratis. Como tuve acceso a las distribuidoras, vi un año de películas gratis. Escribía de ellas y tenía afiches y fotos.

- ¿Creés que la crítica fue para vos una síntesis entre la literatura y el cine?

- Absolutamente. Cuando entré a estudiar Periodismo dije: "Tengo que crecer, tengo que madurar". La realidad era que no quería volver a Estados Unidos. Ya había sido inmigrante una vez y no quería serlo de nuevo. Me había dado un ataque de pánico previo, me imaginaba en Nueva York suicidado. Entonces empecé Periodismo y entré a ver cine como loco. Y ahí ocurrió algo muy extraño: mi profesor sentía que yo hacía mal periodismo. Yo inventaba mucho, ponía mucho de mi cosecha, le daba mucha ficción a lo que escribía. Entonces me expulsaron, no porque escribía mal, sino porque no escribía lo correcto. Me dijeron: "Escribe cuentos, no periodismo".

- Y ahí te lanzaste definitivamente a contar historias.

- A esta altura al cine lo daba por cerrado. Lo que sí veía la posibilidad era de ser crítico. Si la suerte me acompañaba, me iba a dedicar a eso y a escribir algunos cuentos que se me iban ocurriendo. A los veintitrés años, me veía siendo crítico y escritor. Cuando salió Mala onda, mi primer libro, al cine como director lo di por perdido. Hasta que, diez años después, el productor de Se arrienda (2005), mi primera película, me dijo: "Yo sé que tu eres cinéfilo y usando tu nombre de escritor puedo conseguir dinero para producirla". Así empecé.

- ¿El hecho de ser escritor te dio herramientas para dedicarte al cine? Se me ocurre que habrás tenido facilidad con los diálogos.

- Sí, y también con todos los elementos narrativos. Yo no leí tanto como otros escritores, por eso me siento tan cercano a (Manuel) Puig, que no por eso deja de ser un buen escritor. Vargas Llosa decía que a Puig le faltaba más espesura literaria, pero yo no estoy para nada de acuerdo. Yo creo que uno puede escribir libros buenos sin haber leído tanto. Pero sí tienes que tener algo que lo compense, como haber visto muchas películas, escuchado muchos discos o tener mucho periodismo en tu cuerpo. Hay casos como el de Vargas Llosa o el de García Márquez, que sólo tienen libros en su cuerpo y nada de cine. Una de las cosas que me llama la atención hasta el día de hoy es que un guión esté hecho por cinco personas. O que haya "asesoría de guión"...¿asesoría de qué? ¿Por qué no escribes? Si no es tan difícil...

- En general filmás sobre personas que están en la mitad de los treinta años y que no tienen su vida resuelta ¿Qué es lo que te interesa de ese rango etario?

- Lo que tu hablas: lo no resuelto, el limbo entre ser joven y viejo, entre ser lo que uno quiere ser y lo que pensaba ser. También recordemos que, a diferencia de la literatura, el cine es visual y la gente de cuarenta y cinco para abajo es más linda que la de cuarenta y cinco para arriba. Es una cosa estética. No por eso creo que no se puede filmar a Charlotte Rampling de 70, pero no me veo haciendo 45 años. Creo que uno tiene más experiencia con algo que ya vivió que con algo que está viviendo.

- Esa estética es muy similar a la de Ezequiel Acuña, a quien aquí se lo crítica porque parece filmar solamente chicos ricos con tristeza. ¿A vos también te hacen esas observaciones?

- Yo diría que no son ni tan ricos ni tan tristes. A mí me interesan los autores que son capaces de ser criticados. Eso significa tener identidad. Por ejemplo, mucha gente odia a Marco Berger, que puede ser que se le pase la mano, pero yo prefiero que tenga mano a que no la tenga. De todas maneras, también hice Locaciones (2013), que no se sabe bien qué es, una especie de ensayo del cine. En Invierno, si bien están esos personajes que tu dices, hay otros más mayores como la hermana de Alejo, pero tampoco es una persona típica de 45 años. No se ve como alguien que está finalizando su vida. no anda comportándose como una monja. No es alguien que guardó la llave y la tiró.

- Algunos escritores, en algún momento de su carrera, escriben lo que se llama su "novela total", donde abarcan sinfín de obsesiones y conceptos. ¿"Invierno" sería tu "película total"? 

- Sí, y creo que lo más parecido en una novela sería Sudor. Son hermanas.

- De hecho, en "Sudor" aparecen varios personajes de tus películas: Alejo Cortés, Augusto Puga, Ariel Roth. ¿Tenés una idea de contar con un elenco estable? Juan José Saer utiliza eso en sus novelas.

- No he leído a Saer, de quien me hablaron muy bien, pero está el caso del Renzi de Ricardo Piglia, o el mundo de los superhéroes de Marvel. Me interesa mantenerlos en la medida que no parezca explotación. Hay una frase, que creo que es la más importante que he escrito, que es del personaje de Velódromo, y dice "Bienvenidos a mi planeta". Es un planeta, más que personajes. Yo creo que algunos personajes se pueden cruzar. Augusto Puga, por ejemplo, tiene un personaje chico en Invierno y tiene más desarrollo en Sudor. Es un mundo imaginario, pero súper ligado al mundo de carne y hueso. Está ambientado en un Santiago que puede asemejarse a un Buenos Aires, a un Bogotá, a un Río de Janeiro. Nunca me atrajo la idea de inventar una ciudad como Macondo o Santa María.

- Cuando terminaste "Invierno" dijiste que te había dejado agotado. A más de un año de su estreno, ¿tenés algún proyecto en vista? 

- Estoy cansado, en plena gira, pero obviamente tengo algunas ideas. Con Invierno me di cuenta de que estoy como aburrido de no tener dinero, de que nunca nadie me ha apoyado, de no tener un productor increíble. Quizás por ahora experimente con algunas cosas curiosas. Tengo ganas de seguir por el lado de Locaciones o algún documental. Saltarme actores y producción. De repente, hacer un documental sobre una peluquería, no sé, estrenarlo en Bafici y subirlo a You Tube al día siguiente. O cuentos cortos, de veinte minutos. Me interesa la idea de los documentales que son casi ficcionales, como seguir a un grupo de gente. Como pasa en Fulboy (Martín Farina, 2014). Me encantaría también que adaptaran mis libros. Mi impresión de lo que ocurre conmigo es que, como soy también director, piensan que yo quiero dirigir mis libros, pero no tengo ningún interés en dirigirme a mí mismo. Y escribir para otro me interesa muchísimo. Seguramente hagamos algo con Ezequiel Acuña, y también me interesa el mundo de Marco Berger. O que alguien me pidiera adaptar algún libro que no sea mío, que es una experiencia que no he vivido.

- Más allá de tu caso, ¿cómo es la situación del cine chileno en general?

- Se produce mucho, se va a muchos festivales, se ganan premios, pero se estrena poco. Y cuando se estrenan, salvo casos aislados, no las ve nadie. Esos estrenos tienden a ser saludos a la bandera, es decir, entran y salen. Es mejor trabajar en nuevas plataformas, como Netflix. Invierno se estrenó la primera parte en cine comercial, pero paralelamente hubo cines alternativos donde la dieron completa. Creo que el ideal futuro es ir a un par de festivales buenos y después de ahí sacarla rápidamente (a la película) para que no envejezca. Por ejemplo, yo no quiero ver una película del Bafici del 2012. Hay algo perverso en seguir mostrando la película por Polonia, por Indonesia...

- ¿Podés aportar algo desde Cinepata, tu sitio para ver películas on-line?

- Cinepata está cerrado desde hace un año y medio. Básicamente, ahora es un museo y un archivo. Supo ser un sitio vivo, donde publicábamos películas nuevas y artículos, pero ya no se mueve. La colección ya se completó, excepto con las películas mías. ¿Por qué ocurrió? Por cineastas a los que les decía que me había encantado su película y que quería mostrarla, y me decían: "Muchas gracias, pero la voy a vender en Polonia". Y nunca la vendieron. Hablando del Bafici, el noventa por ciento de las películas que se dieron están guardadas en un cajón. Me acuerdo de un director que me dijo que quería subir su película a Cinepata, pero se había estrenado hace un año: "No, es que yo quería ir a Guatemala". Pues anda a Guatemala, sé feliz. Tampoco quiero que Cinepata sea un cementerio de elefantes. Mucha gente no quería estar porque tenía la fantasía de triunfar, pero, ¿qué es triunfar sino que te vea gente? Tendrías que estar más orgulloso de que te vea un chico en Bahía Blanca con una computadora en vez de que te vean dos personas en un festival de Bogotá.

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