martes, 10 de marzo de 2015

Desde Punta del Este

Ayer, la sala Cantegrill le dio la bienvenida a una de las figuras de peso de este festival. Leonardo Sbaraglia estuvo presente en la función de Choele, película que protagoniza y que integra el Panorama Latinoamericano. El film, dirigido en soledad por Juan Sasiaín (su debut, La Tigra, Chaco, había sido en compañía de Federico Godfrid), tiene como eje principal el vínculo entre Daniel (Sbaraglia), un buscavidas afincado en el pueblo sureño de Choele Choel, y su hijo Coco (un estupendo Lautaro Murray), un chico de once años que vive con su madre, separada de Daniel, y que llega al lugar para que su padre firme “unos papeles”. Pero Daniel no está solo, sino que convive con una joven (Guadalupe Ocampo) a la que dobla en edad. Con algunos rasgos de su trabajo anterior (la cotidianeidad de un pueblo del interior argentino, las tensiones platónicas, la madurez a la fuerza), Sasiaín logra una entrañable película, que llega incluso a conmover por la sensibilidad con la que está tratada. Si bien Sbaraglía cumple (aunque no sobresale como en otras oportunidades), es el niño Murray quien se lleva todos los laureles de la película. Hay que destacar también un gran trabajo de fotografía, que ofrece notables imágenes de la vegetación y los ríos de esa región patagónica.

Lamentablemente, la buena impresión que había dejado Choele se disipó a la noche con la proyección de Dolares de arena, coproducción entre República Dominicana, México y Argentina, y perteneciente a la Competencia Iberoamericana. La dupla directora (el mexicano Israel Cárdenas y la dominicana Laura Guzmán) sitúa la acción en la caribeña localidad de Las Terrazas, donde, entre otros franceses allí radicados, vive Anne (Geraldine Chaplin), una millonaria depresiva cuyo único propósito en la vida parece ser comprar el amor de Noeli (Yanet Mojica), una inexpresiva veinteañera dominicana. La historia, básicamente, se reduce a eso y es, en gran parte, soporífera. No solo por la inorganicidad de sus personajes (nunca se comprende, por ejemplo, qué papel juega el novio de Noeli, o si ésta es realmente una prostituta o si en efecto siente algo por esa cuasi abuela), sino también por algunas dificultades en la dicción (mientras que Chaplin, siendo francesa, maneja el castellano de maravillas, a los dominicanos cuesta entenderles sus articulaciones). Salva la película la expresividad de Chaplin frente a la cámara, cuya lente capta a la perfección los gestos y lo pliegues de su rostro. Pero es lo único rescatable de esta fallido film.

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